El imprescindible es de quien se puede prescindir
Quizá una de las cosas más difíciles es darte cuenta de que la propuesta que te hacen los demás es mejor que la tuya. Pasa a todos los niveles. El emprendedor que se agarra a su idea como si no hubiese nada más. El directivo que se encierra en su propuesta confiando en exceso en su experiencia. El niño que agarra la pelota y se la lleva si no es delantero de su equipo, aunque haya compañeros mejores que él en ese puesto.
Y es que demasiadas veces no nos preocupa el partido. En lugar de entrenar para ser buen jugador nos preocupamos de buscar la forma de comprar la mejor pelota. Así todos querrán jugar con ella y eso nos garantiza un puesto destacado. Hay quien tiene suerte y le sale bien la jugada, hay quien le funciona durante un tiempo hasta que alguien tiene otra pelota y hay a quien no le funciona y después de haberse gastado un dineral en el balón se queda solo jugando contra una pared. Cada uno que ponga el nombre que quiera al jugador, al balón, a la pared y al campo.
El caso es que demasiadas veces ocurre que buscamos más la forma de que nos acepten barco como animal de compañía que el de verdad reconocer y aceptar que en el otro puede haber una propuesta mejor que la tuya y no por ello peligra tu silla. Nos equivocamos cuando pensamos que en una empresa lo importante es ser imprescindible. Nos equivocamos cuando pensamos que es mejor no contar la idea vaya que alguien nos la copie.
El que más valor tiene en una empresa, precisamente, es el prescindible (no es una errata, no falta el «im» delante). Porque ese es el que ha sabido hacer un equipo a su alrededor. Un equipo en el que si falla un miembro, no pasa nada porque el grupo es el que hace las funciones. Es el que ha sabido rodearse de gente mejor que él y lo que aún tiene más valor, ese es el que ha sabido poner a toda esa gente a trabajar junta y motivada. El prescindible se convierte en imprescindible cuando no está ahí por lo que sabe, sino por lo que es capaz de hacer.