Comprar una empresa, pero no su experiencia
Ayer hablaba con un amigo que hace unos años fundó una pequeña empresa y hace unos meses ha vendido a una multinacional. Su bebé ya se ha hecho mayor, se ha independizado y se va a vivir fuera de casa.
Mi querido amigo decidió que el proceso de venta de la empresa debía culminar con su salida de ella. Pensó que la entrada del grupo multinacional debía suponer, también, una nueva etapa para la empresa.
José Carlos, que así se llama este emprendedor incansable que ya está pensando en fundar una nueva empresa en otro sector, siempre ha cuidado muchísimo la experiencia corporativa de su negocio. Tanto que siempre ha sido más importante la experiencia que el propio producto. Que vendan el mismo producto que él hay muchos, puesto que no fabricaba, así que la experiencia corporativa ha sido su elemento diferenciador y lo que ha hecho que una pequeña startup hace unos años hoy sea un brazo de una multinacional.
Tras varias visitas a su antigua empresa tras la venta José Carlos ve cómo está cambiando radicalmente la experiencia corporativa de la empresa y posiblemente hacia peor. Es muy frecuente que cuando un grupo entra en una empresa, sobre todo cuando compra el 100% como es este caso, que trate de implantar no solo su marca, sino su propia manera de hacer las cosas.
Y esto no es necesariamente malo, siempre que sume en lugar de restar. Si el elemento diferenciador de una empresa que va bien ha sido su experiencia corporativa. Empresa que has comprado precisamente porque va bien y tiene una cartera de clientes estable y valiosa, no tiene sentido hacer un cambio radical en ella, porque muy probablemente eso la devaluará, con lo que estarás echando piedras en tu propio tejado.
Hay que llegar con mentalidad de suma, pero no de resta. La experiencia corporativa es algo tan íntimo de cada empresa y sus clientes, que el hecho de que funcione en una, no implica que funcione en otra, aunque esté enfrente.